Al principio prospecté Venus, después revisé la oportunidad de asentarme en Mercurio; desestimadas ambas localizaciones por inhóspitas, quise probar en Marte, pero cuando descubrí la hospitalidad de la Tierra, la amabilidad de sus ecosistemas decidí fundar allí mi imperio, crear una civilización, dotarla de vida, escoger a los humanos como sus rectores y me erigí en su único Dios, aun consintiendo múltiples recreaciones de mi personalidad.
Sin embargo, desde hace unos años, la espesura creciente de los gases de la atmósfera me impide moverme con agilidad entre ellos, su densidad me fatiga de más.
Sí, soy Dios, pero mis criaturas, con sus malos hábitos ambientales, han conseguido crisparme y ya he decidido mudarme de sistema solar, a una supertierra virgen de vida.
Antes de marcharme, como castigo, les reduciré un poco, solo un poco, la presión atmosférica, para que se fatiguen al respirar, como yo.
Quizá, si me echan de menos, si detectan que les he abandonado, decida regresar algún eón.