No hemos cruzado palabra. Los cuatro pasajeros atendemos a nuestros móviles en este ascensor con nula libertad de movimientos.
Pero cuando se produce la inversión brusca del sentido ascensional de la marcha, una sacudida de estupor me entresaca una primera y única manifestación gutural interpretable como grito.
7º piso, 20 metros de despeñe, estimo.
Caemos rápido. Demasiado para que el trío de cautivos que me flanquea se permita algo más que gritar, aunque mi bloqueo evita siquiera que perciba sus alaridos precursores de la probable muerte.
3º piso, 8 metros aproximados.
Maldita gravedad insobornable, interiorizo. No rezo. Tampoco me despido de los míos.
Solo un piso. El impacto se promete devastador. Me protejo instintivamente la cabeza.
9º piso. Mi destino. Me apeo del ascensor y el trío me dedica una mirada sincronizada que parece llevar una camisa de fuerza incorporada.
El verismo del nuevo videojuego ha superado mis expectativas.